El problema de la irreductibilidad de la racionalidad colectiva a la racionalidad individual
Una de las premisas básicas de la teoría de la elección racional es que el comportamiento social agregado resulta del comportamiento de actores individuales, cada uno de los cuales toma sus decisiones individuales. Un concepto central en esta teoría es el principio de transitividad y la agregación de preferencias individuales como un modo para definir una elección social (racional) colectiva. El principio de transitividad es fundamental en la teoría de la utilidad ordinal y ordena las preferencias de un agente económico en una escala ordinal. Significa que si un consumidor (agente económico) que decide entre tres bienes (resultados, opciones de elección) X, Y y Z, prefiere X a Y e Y a Z, debe preferir X a Z. Este principio se considera una característica importante del comportamiento racional del agente económico ya que el principio de transitividad se relaciona con las leyes de la lógica.
Esta visión de la racionalidad también está estrictamente relacionada con la comprensión de la economía como ciencia positivista, es decir, libre de juicios y valores subjetivos. Los investigadores señalan que los primeros economistas neoclásicos “todavía tenían rastros de la antigua y honorable preocupación de los escritores clásicos, como Adam Smith, por el bienestar de la sociedad” (Walsh2007), y fue Lionel Robbins quien, en la década de 1930, jugó un papel importante en la transformación de la economía neoclásica en la ciencia de la racionalidad instrumental que está “libre de valores” y relacionada con una elección de (escasos) medios para alcanzar (alternativas ) propósitos (fines) (Cedrini y Novarese 2014). Vivian Walsh (2007, 64), en particular, señala que este cambio metodológico se produjo no sin la influencia del positivismo lógico, todavía popular en ese momento, y “la afirmación positivista de que existía una marcada dicotomía entre cuestiones de hecho (el dominio de la ciencia) y valores.”
Sin embargo, al seguir el principio de transitividad para determinar la elección colectiva corremos el riesgo de llegar a conclusiones paradójicas. De hecho, el teorema de imposibilidad de Arrow, que considera los sistemas de votación, y el dilema del prisionero demuestran el problema mismo de la conversión de las preferencias individuales en actos de elección deseables para toda la comunidad. Como observa Amartya Sen, la consistencia interna de la elección “es esencialmente confusa, y no hay forma de determinar si una función de elección es consistente o no sin referirse a algo externo a la conducta de elección (como objetivos, valores o normas)” (2002, 122).
Asimismo, en línea con el individualismo metodológico, las elecciones que se hacen en base a la racionalidad individual conducen a la mejor asignación de recursos posible, por lo que son los garantes de la racionalidad sistémica entendida como racionalidad macroeconómica. En otras palabras, los resultados del mercado, como el equilibrio o la eficiencia de asignación, son resultados del comportamiento individual de los agentes que maximizan racionalmente su utilidad (beneficios). En esta línea, la racionalidad macroeconómica se asocia con el estado óptimo de Pareto, bajo el cual la situación de uno de los participantes del mercado no puede mejorarse sin empeorar la situación de los demás.
Sin embargo, esta afirmación no está respaldada por datos empíricos y, en particular, por la economía experimental. Por ejemplo, sobre la base de experimentos de laboratorio con el uso de simulaciones por computadora, Shyam Sunder (2002) concluyó que “una forma débil de racionalidad individual, muy por debajo de la maximización, cuando se combina con las instituciones de mercado apropiadas, puede ser suficiente para que los resultados del mercado se acerquen a las predicciones del primer teorema fundamental” (de acuerdo con este teorema, bajo ciertas condiciones idealizadas, cualquier equilibrio competitivo conduce a una asignación de recursos Pareto eficiente), y que “los mercados pueden exhibir elementos de racionalidad ausentes en los agentes económicos.” (La racionalidad de los mercados se relaciona aquí en particular con la eficiencia de los mercados, es decir, su capacidad para asignar las cantidades limitadas de recursos de una manera que maximice la satisfacción de los consumidores).
De manera similar, Alan Kirman desafía el enfoque, según el cual “si comenzamos con individuos que se comportan bien, obtendremos agregados que se comportan bien” y “los individuos que se comportan bien tienen un comportamiento bien estructurado derivado de su comportamiento optimizador” (Kirman 2010, 20). Utilizando el ejemplo de los mercados de pescado, demuestra que la “regularidad” del comportamiento es más evidente a nivel agregado que a nivel individual. En general, en su opinión, la relación entre el comportamiento de los participantes individuales y el mercado en su conjunto está mediada por la forma en que el mercado está organizado, es decir, la forma en que el mercado asigna los recursos depende del tipo de institución de mercado. (Kirman2010, 60–66).